viernes, enero 06, 2006

Invisibles hilos de amor


Por Marisela Presa

No bien llegados a Bioko, y para conocer la isla, antes de comenzar nuestros reportes, hicimos una singular visita a la comunidad costera de Santiago Apóstol de Baney, en la costa este, mirando hacia el Golfo de Guinea.

Basupú y Rébola, dos comunidades rurales quedaban atrás, en estos l8 kilómetros que separaban a Malabo, capital de la República Centroafricana de Guinea Ecuatorial, de la localidad de Baney.

Allí estaba. Asentada ahora en la ladera de un monte pelado, plagado de rocas volcánicas, donde la erosión es tan intensa que va dejando al desnudo la dermis de la montaña, entre las que nacen las casas y corren los trillos.

Pensé al llegar que era un pueblo abandonado. Las casitas estaban abiertas y no había personas en sus alrededores, ni asomadas a las ventanas. Todos estaban en sus pequeñas fincas buscando el sustento del día, o pescando en el mar abierto, en los bajo del pueblo.


Subimos sorteando las casitas techadas de zinc, hasta una plazoleta frente a la iglesia local, para ser rodeados por un enjambre de chiquillos de cinco o seis años, de la escuela primaria local, que gritaban a coro: MIGUEL, MIGUEL.

Había como llegado un miembro ausente de la familia. El médico cubano, especialista en Medicina General Integral, Miguel Carrazana Benítez estuvo entre ellos durante todo un año, en el Hospital de Baney. Y quién sabe cuántas de aquellas pequeñas vidas había rescatado de la muerte.

Sus rostros se ofrecían para el beso, las pequeñas manos lo tocaban para cerciorarse de que estaba allí, y el amor se desbordó entre todo, y el médico joven de Jatibonico, tenía iluminados los ojos y estaba como Gulliver en el país de los enanos, atado a ellos por invisibles hilos de amor.

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