sábado, marzo 24, 2012

Confesiones de un peregrino a la Virgen Mambisa

Por Luis Hernández Serrano







El romántico poeta matancero Hilarión Cabrisas, autor de La lágrima infinita que se convierte en «perla», y que «para verla hace falta tener alma/ y tú no tienes alma para verla», le cantó de manera singular a la Virgen de la Caridad de El Cobre.


La suya fue una rotunda confesión, mezcla sugerente de verso y prosa, y la publicó en su hermoso libro Breviario de mi vida inútil, en 1932, antes de cumplir los 50 años, pues había nacido en 1883.


De 383 palabras, la histórica composición poética posee 22 expresiones en sentido figurado, tropológico, de imágenes sugestivas y hondas, con símiles y metáforas muy al estilo de su época.


En su sincera plegaria íntima a la virgen mambisa, patrona de Cuba, poco conocida por los menores de 40 años, Hilarión Cabrisas -quien cursa sus primeros estudios en Barcelona y se gradúa de Bachiller en el Instituto de Matanzas- se refirió a ella, de forma implícita y explícita, de nueve modos diferentes, pero con enorme cariño, llamándola entre líneas «Madre», «India», «Cubana», «Prieta», «Mía», «Querida», «Triunfante», «Comprensiva» y «de El Cobre».


Le dice a su típica manera poética, que no tiene otro recurso que obsequiarle, y por eso le lleva, le muestra y le narra con sinceridad su vida, como si fuera un milagro o un cuento mágico.


Hilarión Cabrisas -periodista y poeta- se inició en el Periodismo en el diario matancero La Nueva Aurora y pasó después a La Correspondencia, de Cienfuegos.


En 1917 se trasladó a La Habana y laboró en El Día como jefe de redacción y posteriormente en el Diario de la Marina, en El Heraldo de Cuba y por último en El Fígaro.


Perteneció a la Academia Nacional de Artes y Letras, de cuya Sección de Literatura era presidente al morir en 1939.


En el concurso Bracale, en 1918, fue premiado su libreto para ópera Doreya, que con música de Eduardo Sánchez de Fuentes, fue estrenado en el Teatro Nacional de La Habana, el 7 de febrero de ese año.


Raúl Roa, nuestro Canciller de la Dignidad, escribió sobre Hilarión Cabrisas en 1950, y dos años más tarde Cintio Vitier lo incluyó en su antología Cincuenta años de poesía cubana.


En realidad la primavera poética de Cabrisas, no tiene forzados artificios, y en un lenguaje simple, pero meditabundo y hondo, así le canta a la Virgen mambisa que apareció hace cuatro siglos exactos sobre las olas del mar Caribe, en el poema Plegaria del peregrino absurdo a la Virgen de La Caridad de El Cobre:


«Madre India, madre mía, madre cubana y prieta./
 Ahora que hago un alto breve en mi vida inquieta,/
para llegar hasta tu altar, escucha, madre mía,/
 la confesión secreta/, de un niño grande y loco,/
 romántico y poeta,/ que su dolor te va a rezar./
Yo no quise decirlo a nadie, madre mía,/
 y no quise decirlo porque muy bien sabía/
 que nadie puede comprender lo que en la cripta oscura de mi alma en agonía/
un cáncer es mi pena/
que sangra noche y día/
y rezuma mi hondo padecer./
 Pero aquí, sin testigos, en estas soledades,/
saltan a flor de labios mis íntimas saudades/
y van sinceras hacia ti./
 Acórreme, mi prieta virgencita de El Cobre,/
tú sí puedes mirarme, cansado, triste y pobre,/
y comprender lo que hay en mí./
Hoy que está alegre y hermosa la mañana./
Que la lengua de bronce de una alegre campana,/
 canta tu triunfo bajo el sol,/
yo vestiré mis penas de gala para verte,/
 y no teniendo otro tesoro que ofrecerte,/
te traigo un cuento de Guiñol./
 ¡Ese cuento es mi vida!/
No soy como los otros se figuran./
Mis ansias, como salvajes potros se desbocaron y caí,/
y se ha enlodado el cuerpo,/
sin enlodarse el alma,/
y me he purificado,/
 porque bebí con calma/
 todo el veneno que bebí./ Nadie sabe que sufro./
Nadie sabe que tengo el alma hecha girones,/
porque siempre mantengo, ante la estulta humanidad,/
una sonrisa triste,/
 pero sonrisa al cabo./
 De ser estoico y hermético me alabo/
 ¡Si ellos supieran la verdad!/ No he de poner mis penas, /
en pública almoneda./
Una coraza férrea -mi orgullo-/
 a todos veda la entrada del dolor que llevo oculto,/
avaro de mi hondo sentimiento./
Y a nadie, madre mía, a nadie le consiento ¡una piedad falta de amor!/
 Por eso, madre india, vengo hasta la montaña,/
a mostrarte mi entraña encallecida de sufrir./
 Pero que no conozcan nunca lo que yo te he contado./
Que no conozcan nunca que contigo he llorado la inmensa angustia de vivir./
 Y cuando lejos de ti, madre querida,/
cuando buscando un bálsamo a mi enconada herida,/ entre los dos se extienda el mar,/
 acuérdate del raro y absurdo peregrino,/
que llegó hasta tu templo,/
 que siguió tu camino,/
 y que después más nunca nadie ha visto llorar».
Tomado de Cubadebate